Indemnización por daños y perjuicios: que debe probar el demandante en un juicio civil

La indemnización por daños y perjuicios es el mecanismo que utiliza el derecho civil para compensar a una persona cuando ha sufrido un perjuicio que no le corresponde asumir. No busca castigar al causante, sino restituir al afectado lo perdido o lo que ha dejado de ganar a consecuencia del daño.

Este tipo de reclamaciones aparecen en situaciones muy comunes: un accidente de tráfico que provoca gastos médicos o arreglos del vehículo, un contrato incumplido que ocasiona perjuicios contractuales, o una actuación negligente que genera daños materiales o daños personales. En todos los casos, el reclamante debe demostrar tres aspectos: que el daño existe, que fue causado por la conducta de otra persona y qué valor económico tiene ese perjuicio.

El proceso no siempre es sencillo. Determinar la cuantía de una indemnización puede requerir un informe pericial, la aportación de facturas, historiales médicos o cualquier otra prueba que permita al juez valorar de forma justa la compensación. Por eso, entender cómo funciona la indemnización por daños es clave para quien se plantea iniciar una reclamación.

Concepto legal de indemnización por daños

En derecho civil, la indemnización por daños y perjuicios es el derecho que tiene una persona a ser compensada cuando otra, mediante una conducta ilícita por parte suya o por incumplir un contrato, le ocasiona un perjuicio. La finalidad es que el perjudicado recupere, en la medida de lo posible, la situación en la que estaría si el daño no hubiera ocurrido.

La ley y la jurisprudencia distinguen diferentes tipos de indemnización: aquellas que cubren los gastos o pérdidas reales, las que compensan lo que la víctima dejó de ganar y las que buscan reparar el sufrimiento o afectación personal. Entender esta clasificación es clave para preparar una reclamación bien fundamentada.

Daño emergente y lucro cesante

El daño emergente son las pérdidas directas y efectivas: facturas médicas, reparaciones de un coche tras un accidente de tráfico, o cualquier desembolso que el afectado tuvo que hacer para afrontar las consecuencias del daño.

El lucro cesante, en cambio, representa la ganancia que la persona dejó de obtener por culpa del daño. Un ejemplo sería el negocio que no pudo abrir durante semanas tras un siniestro, o el trabajador autónomo que dejó de facturar por una lesión. Su prueba suele requerir un informe pericial contable o económico.

Daño moral y su valoración judicial

El daño moral hace referencia al sufrimiento, la angustia, la pérdida de calidad de vida o la afectación emocional que una persona sufre como consecuencia de un hecho dañoso. A diferencia de los daños materiales o el lucro cesante, no se trata de pérdidas económicas directas, sino de un impacto en la esfera personal y psicológica de la víctima.

Algunos ejemplos habituales son el dolor y la ansiedad tras un accidente de tráfico, la afectación a la vida diaria de una persona que queda con secuelas, o la angustia derivada de un incumplimiento contractual que afecta a su estabilidad personal. También se incluye aquí el menoscabo al honor, la intimidad o la reputación.

El problema principal es que el daño moral no se puede medir con la misma precisión que una factura. Por eso, los jueces utilizan distintos criterios: informes médicos o psicológicos que acrediten el impacto en la salud, la duración de las secuelas, la edad de la víctima, su entorno familiar o laboral, e incluso comparaciones con casos similares ya resueltos por la jurisprudencia.

En determinados ámbitos, como los accidentes de tráfico, existen baremos oficiales que sirven de guía para calcular indemnizaciones por lesiones temporales, secuelas o fallecimiento. Sin embargo, fuera de esos supuestos el juez tiene un margen de valoración más amplio, siempre a partir de la prueba presentada.

Requisitos para reclamar una indemnización por daños

No toda situación desagradable da derecho a una compensación económica. Para que prospere una reclamación de indemnización por daños y perjuicios, el derecho civil exige que se cumplan ciertos requisitos básicos. Son los pilares que el juez evaluará antes de reconocer la existencia de responsabilidad y, en consecuencia, la obligación de indemnizar.

Existencia del daño

El primer paso es acreditar que el daño realmente existe. Puede tratarse de daños materiales, como desperfectos en un vehículo o en una vivienda; de daños personales, como lesiones físicas; o de daños morales, que afectan a la esfera emocional. El demandante debe aportar pruebas claras, como facturas, partes médicos, fotografías o un informe pericial, que demuestren la realidad y el alcance del perjuicio sufrido.

Relación de causalidad

No basta con que exista un daño: debe demostrarse que lo ha causado la conducta del demandado. Este es el llamado nexo causal. Por ejemplo, en un accidente de tráfico, habrá que probar que la colisión fue la que originó las lesiones o los gastos reclamados. Aquí cobran especial importancia los informes médicos y técnicos, que deben conectar de manera directa el hecho con las consecuencias sufridas.

Conducta antijurídica y responsabilidad

El daño, además, debe ser consecuencia de una conducta ilícita por parte de alguien. Puede ser un incumplimiento contractual —como entregar un producto defectuoso o no prestar un servicio contratado— o un acto negligente en la esfera extracontractual, como causar un accidente por imprudencia. El juez valorará si hubo culpa, negligencia o incluso responsabilidad objetiva, y será esa conducta la que justifique la obligación de indemnizar.

La indemnización por daños y perjuicios es el mecanismo que utiliza el derecho civil para compensar a una persona cuando ha sufrido un perjuicio que no le corresponde asumir. No busca castigar al causante, sino restituir al afectado lo perdido o lo que ha dejado de ganar a consecuencia del daño.

Este tipo de reclamaciones aparecen en situaciones muy comunes: un accidente de tráfico que provoca gastos médicos o arreglos del vehículo, un contrato incumplido que ocasiona perjuicios contractuales, o una actuación negligente que genera daños materiales o daños personales. En todos los casos, el reclamante debe demostrar tres aspectos: que el daño existe, que fue causado por la conducta de otra persona y qué valor económico tiene ese perjuicio.

El proceso no siempre es sencillo. Determinar la cuantía de una indemnización puede requerir un informe pericial, la aportación de facturas, historiales médicos o cualquier otra prueba que permita al juez valorar de forma justa la compensación. Por eso, entender cómo funciona la indemnización por daños es clave para quien se plantea iniciar una reclamación.

Concepto legal de indemnización por daños

En derecho civil, la indemnización por daños y perjuicios es el derecho que tiene una persona a ser compensada cuando otra, mediante una conducta ilícita por parte suya o por incumplir un contrato, le ocasiona un perjuicio. La finalidad es que el perjudicado recupere, en la medida de lo posible, la situación en la que estaría si el daño no hubiera ocurrido.

La ley y la jurisprudencia distinguen diferentes tipos de indemnización: aquellas que cubren los gastos o pérdidas reales, las que compensan lo que la víctima dejó de ganar y las que buscan reparar el sufrimiento o afectación personal. Entender esta clasificación es clave para preparar una reclamación bien fundamentada.

Daño emergente y lucro cesante

El daño emergente son las pérdidas directas y efectivas: facturas médicas, reparaciones de un coche tras un accidente de tráfico, o cualquier desembolso que el afectado tuvo que hacer para afrontar las consecuencias del daño.

El lucro cesante, en cambio, representa la ganancia que la persona dejó de obtener por culpa del daño. Un ejemplo sería el negocio que no pudo abrir durante semanas tras un siniestro, o el trabajador autónomo que dejó de facturar por una lesión. Su prueba suele requerir un informe pericial contable o económico.

Daño moral y su valoración judicial

El daño moral hace referencia al sufrimiento, la angustia, la pérdida de calidad de vida o la afectación emocional que una persona sufre como consecuencia de un hecho dañoso. A diferencia de los daños materiales o el lucro cesante, no se trata de pérdidas económicas directas, sino de un impacto en la esfera personal y psicológica de la víctima.

Algunos ejemplos habituales son el dolor y la ansiedad tras un accidente de tráfico, la afectación a la vida diaria de una persona que queda con secuelas, o la angustia derivada de un incumplimiento contractual que afecta a su estabilidad personal. También se incluye aquí el menoscabo al honor, la intimidad o la reputación.

El problema principal es que el daño moral no se puede medir con la misma precisión que una factura. Por eso, los jueces utilizan distintos criterios: informes médicos o psicológicos que acrediten el impacto en la salud, la duración de las secuelas, la edad de la víctima, su entorno familiar o laboral, e incluso comparaciones con casos similares ya resueltos por la jurisprudencia.

En determinados ámbitos, como los accidentes de tráfico, existen baremos oficiales que sirven de guía para calcular indemnizaciones por lesiones temporales, secuelas o fallecimiento. Sin embargo, fuera de esos supuestos el juez tiene un margen de valoración más amplio, siempre a partir de la prueba presentada.

Requisitos para reclamar una indemnización por daños

No toda situación desagradable da derecho a una compensación económica. Para que prospere una reclamación de indemnización por daños y perjuicios, el derecho civil exige que se cumplan ciertos requisitos básicos. Son los pilares que el juez evaluará antes de reconocer la existencia de responsabilidad y, en consecuencia, la obligación de indemnizar.

Existencia del daño

El primer paso es acreditar que el daño realmente existe. Puede tratarse de daños materiales, como desperfectos en un vehículo o en una vivienda; de daños personales, como lesiones físicas; o de daños morales, que afectan a la esfera emocional. El demandante debe aportar pruebas claras, como facturas, partes médicos, fotografías o un informe pericial, que demuestren la realidad y el alcance del perjuicio sufrido.

Relación de causalidad

No basta con que exista un daño: debe demostrarse que lo ha causado la conducta del demandado. Este es el llamado nexo causal. Por ejemplo, en un accidente de tráfico, habrá que probar que la colisión fue la que originó las lesiones o los gastos reclamados. Aquí cobran especial importancia los informes médicos y técnicos, que deben conectar de manera directa el hecho con las consecuencias sufridas.

Conducta antijurídica y responsabilidad

El daño, además, debe ser consecuencia de una conducta ilícita por parte de alguien. Puede ser un incumplimiento contractual —como entregar un producto defectuoso o no prestar un servicio contratado— o un acto negligente en la esfera extracontractual, como causar un accidente por imprudencia. El juez valorará si hubo culpa, negligencia o incluso responsabilidad objetiva, y será esa conducta la que justifique la obligación de indemnizar.

La indemnización por daños y perjuicios es el mecanismo que utiliza el derecho civil para compensar a una persona cuando ha sufrido un perjuicio que no le corresponde asumir. No busca castigar al causante, sino restituir al afectado lo perdido o lo que ha dejado de ganar a consecuencia del daño.

Este tipo de reclamaciones aparecen en situaciones muy comunes: un accidente de tráfico que provoca gastos médicos o arreglos del vehículo, un contrato incumplido que ocasiona perjuicios contractuales, o una actuación negligente que genera daños materiales o daños personales. En todos los casos, el reclamante debe demostrar tres aspectos: que el daño existe, que fue causado por la conducta de otra persona y qué valor económico tiene ese perjuicio.

El proceso no siempre es sencillo. Determinar la cuantía de una indemnización puede requerir un informe pericial, la aportación de facturas, historiales médicos o cualquier otra prueba que permita al juez valorar de forma justa la compensación. Por eso, entender cómo funciona la indemnización por daños es clave para quien se plantea iniciar una reclamación.

Concepto legal de indemnización por daños

En derecho civil, la indemnización por daños y perjuicios es el derecho que tiene una persona a ser compensada cuando otra, mediante una conducta ilícita por parte suya o por incumplir un contrato, le ocasiona un perjuicio. La finalidad es que el perjudicado recupere, en la medida de lo posible, la situación en la que estaría si el daño no hubiera ocurrido.

La ley y la jurisprudencia distinguen diferentes tipos de indemnización: aquellas que cubren los gastos o pérdidas reales, las que compensan lo que la víctima dejó de ganar y las que buscan reparar el sufrimiento o afectación personal. Entender esta clasificación es clave para preparar una reclamación bien fundamentada.

Daño emergente y lucro cesante

El daño emergente son las pérdidas directas y efectivas: facturas médicas, reparaciones de un coche tras un accidente de tráfico, o cualquier desembolso que el afectado tuvo que hacer para afrontar las consecuencias del daño.

El lucro cesante, en cambio, representa la ganancia que la persona dejó de obtener por culpa del daño. Un ejemplo sería el negocio que no pudo abrir durante semanas tras un siniestro, o el trabajador autónomo que dejó de facturar por una lesión. Su prueba suele requerir un informe pericial contable o económico.

Daño moral y su valoración judicial

El daño moral hace referencia al sufrimiento, la angustia, la pérdida de calidad de vida o la afectación emocional que una persona sufre como consecuencia de un hecho dañoso. A diferencia de los daños materiales o el lucro cesante, no se trata de pérdidas económicas directas, sino de un impacto en la esfera personal y psicológica de la víctima.

Algunos ejemplos habituales son el dolor y la ansiedad tras un accidente de tráfico, la afectación a la vida diaria de una persona que queda con secuelas, o la angustia derivada de un incumplimiento contractual que afecta a su estabilidad personal. También se incluye aquí el menoscabo al honor, la intimidad o la reputación.

El problema principal es que el daño moral no se puede medir con la misma precisión que una factura. Por eso, los jueces utilizan distintos criterios: informes médicos o psicológicos que acrediten el impacto en la salud, la duración de las secuelas, la edad de la víctima, su entorno familiar o laboral, e incluso comparaciones con casos similares ya resueltos por la jurisprudencia.

En determinados ámbitos, como los accidentes de tráfico, existen baremos oficiales que sirven de guía para calcular indemnizaciones por lesiones temporales, secuelas o fallecimiento. Sin embargo, fuera de esos supuestos el juez tiene un margen de valoración más amplio, siempre a partir de la prueba presentada.

Requisitos para reclamar una indemnización por daños

No toda situación desagradable da derecho a una compensación económica. Para que prospere una reclamación de indemnización por daños y perjuicios, el derecho civil exige que se cumplan ciertos requisitos básicos. Son los pilares que el juez evaluará antes de reconocer la existencia de responsabilidad y, en consecuencia, la obligación de indemnizar.

Existencia del daño

El primer paso es acreditar que el daño realmente existe. Puede tratarse de daños materiales, como desperfectos en un vehículo o en una vivienda; de daños personales, como lesiones físicas; o de daños morales, que afectan a la esfera emocional. El demandante debe aportar pruebas claras, como facturas, partes médicos, fotografías o un informe pericial, que demuestren la realidad y el alcance del perjuicio sufrido.

Relación de causalidad

No basta con que exista un daño: debe demostrarse que lo ha causado la conducta del demandado. Este es el llamado nexo causal. Por ejemplo, en un accidente de tráfico, habrá que probar que la colisión fue la que originó las lesiones o los gastos reclamados. Aquí cobran especial importancia los informes médicos y técnicos, que deben conectar de manera directa el hecho con las consecuencias sufridas.

Conducta antijurídica y responsabilidad

El daño, además, debe ser consecuencia de una conducta ilícita por parte de alguien. Puede ser un incumplimiento contractual —como entregar un producto defectuoso o no prestar un servicio contratado— o un acto negligente en la esfera extracontractual, como causar un accidente por imprudencia. El juez valorará si hubo culpa, negligencia o incluso responsabilidad objetiva, y será esa conducta la que justifique la obligación de indemnizar.

indemnización por daños y prejuicios

La carga de la prueba en el demandante

En un procedimiento civil, la regla general es clara: quien reclama debe probar lo que afirma. Esto significa que, en una demanda de indemnización por daños y perjuicios, el perjudicado tiene la responsabilidad de acreditar no solo la existencia del daño, sino también su relación directa con la conducta del demandado y la cuantía que solicita como compensación.

Para ello, los documentos juegan un papel esencial: facturas, presupuestos, historiales médicos o contratos permiten demostrar daños materiales, daños personales o perjuicios contractuales. En los casos más complejos, el juez suele requerir un informe pericial que aporte criterios técnicos, por ejemplo, para calcular el lucro cesante o valorar el alcance de unas lesiones.

La falta de pruebas suficientes puede provocar que el juez reduzca notablemente la indemnización o incluso desestime la reclamación. Por eso, la preparación del caso exige reunir y ordenar de manera clara toda la documentación que respalde la demanda. De este modo, se facilita la labor del tribunal y se aumenta la probabilidad de obtener una compensación justa.

La cuantificación de la indemnización

Uno de los aspectos más delicados en cualquier reclamación de daños y perjuicios es determinar cuánto dinero corresponde recibir al perjudicado. La cuantía reclamada debe justificarse de manera objetiva y proporcionada, ya que el juez no fijará una cifra al azar, sino que se basará en la prueba aportada.

En los daños materiales y los daños emergentes, la cuantificación suele ser más sencilla: basta con aportar facturas, presupuestos o recibos que acrediten el gasto realizado. En cambio, en conceptos como el lucro cesante o los daños morales, la valoración es más compleja y requiere informes técnicos que sustenten la cifra solicitada.

El principio general es que la indemnización debe ser suficiente para dejar al afectado en la situación más próxima posible a la que tendría si el daño no hubiera ocurrido. Para conseguirlo, los tribunales se apoyan en diferentes criterios, que veremos a continuación.

Criterios jurisprudenciales para calcular la cuantía reclamada

La jurisprudencia ha ido fijando reglas que sirven de guía a los jueces. Entre ellas destacan: evitar duplicidades en las partidas reclamadas, rechazar compensaciones desproporcionadas y atender a la realidad acreditada en cada caso.

En ámbitos como los accidentes de tráfico, existen baremos oficiales que marcan cantidades aproximadas en función de las lesiones, los días de baja o las secuelas permanentes. Estos baremos aportan seguridad jurídica, aunque siempre se permite al juez adaptarlos si el caso concreto lo justifica.

En los supuestos de perjuicios contractuales, la cuantía se calcula según la magnitud del incumplimiento y el daño económico efectivamente probado, lo que suele requerir un análisis contable detallado.

Informes periciales y valoración del juez

El informe pericial es clave en la mayoría de reclamaciones. Un perito médico, técnico o contable puede explicar con detalle el alcance del daño y la forma de valorarlo. Estos informes permiten al juez basar su decisión en datos objetivos y no en simples alegaciones de las partes.

La valoración final corresponde siempre al juez, que debe actuar con prudencia. No está obligado a aceptar la cifra que proponga el demandante, pero sí debe motivar su decisión en las pruebas presentadas. Cuanto más sólido y bien fundamentado sea el informe pericial, mayor será la probabilidad de que la indemnización solicitada se estime en su totalidad.

Procedimiento judicial para reclamar la indemnización

Cuando no existe acuerdo entre las partes, la vía para obtener una indemnización por daños y perjuicios es presentar una demanda ante los tribunales civiles. El proceso se ajusta a las normas de la Ley de Enjuiciamiento Civil y su complejidad dependerá principalmente de la cuantía reclamada.

La demanda debe contener una descripción clara de los hechos, la identificación del responsable, la explicación de por qué su conducta fue ilícita por parte y las pruebas que acrediten tanto la existencia del daño como su valoración económica. La solidez de la documentación y de los informes periciales es fundamental para que el juez estime la reclamación.

Vía declarativa: juicio verbal u ordinario

La vía procesal depende de la cantidad solicitada. Si la cuantía reclamada no supera los 6.000 euros, el procedimiento se tramitará como juicio verbal, más rápido y concentrado en una sola vista. Cuando la cantidad es superior, se sigue el juicio ordinario, que incluye más fases, como la audiencia previa y un desarrollo probatorio más amplio.

Cuándo se requiere la intervención de abogado y procurador

En la práctica, la mayoría de reclamaciones por daños y perjuicios requieren la asistencia de un abogado civil y la representación de un procurador, especialmente cuando la cuantía supera los 2.000 euros. Aunque en algunos casos menores podría no ser obligatoria, contar con profesionales resulta clave para articular correctamente la demanda, proponer las pruebas y garantizar que el proceso se desarrolle sin errores formales.

La intervención letrada permite además anticipar posibles incidencias procesales y preparar la estrategia para una eventual apelación. En definitiva, el acompañamiento jurídico asegura que la reclamación no solo se presente correctamente, sino que tenga opciones reales de prosperar.

El papel del abogado civil en estas reclamaciones

La reclamación de una indemnización por daños y perjuicios no se limita a presentar documentos: requiere una estrategia jurídica que integre hechos, pruebas y valoración económica. Aquí es donde la figura del abogado civil adquiere un papel decisivo.

El abogado se encarga de analizar el caso, identificar qué tipos de indemnización son aplicables (por daños materiales, daños personales, daños morales, daños emergentes o lucro cesante) y seleccionar las pruebas que mejor acrediten cada concepto. También coordina la preparación de un informe pericial cuando es necesario, asegurando que sea claro, objetivo y útil para el juez.

Durante el procedimiento, el abogado articula los argumentos legales que sustentan la demanda y defiende los intereses del cliente frente a la parte contraria. Su intervención es clave tanto en la fase declarativa —juicio verbal u ordinario— como en la fase de ejecución, en la que se busca que la sentencia se cumpla efectivamente.

Proteja sus derechos con apoyo profesional

Reclamar una indemnización por daños y perjuicios exige algo más que exponer una situación de hecho: requiere fundamentar jurídicamente la demanda, acreditar con precisión los daños materiales o personales sufridos y sostener la cuantificación con documentos e informes periciales. Cada detalle procesal puede marcar la diferencia entre obtener la reparación íntegra o ver reducida la compensación.

En este contexto, el acompañamiento de un abogado civil especializado es esencial. Su conocimiento de la normativa y la jurisprudencia, unido a la experiencia en litigios, asegura que la reclamación se plantee de manera sólida y con la estrategia adecuada en cada fase del procedimiento.